Se analiza la posibilidad de que una fotografía por sí misma pueda llegar a ser arte sustantivo.
© Cristina García Rodero
La fotografía es la única disciplina “artística” en la que su formalización constitutiva no es el resultado de un proceso de elaboración temporal, ya sea constructivo / acumulativo, como lo es la pintura, la literatura, la arquitectura…, o extractivo, como lo es la escultura. Tampoco es una interpretación o representación en presente dramático de un texto, una partitura o un código ritual, como lo es la música, el teatro, la danza, o el toreo, sino que es el resultado de una elección, que siempre se produce por descarte entre las múltiples posibilidades que nos presenta la realidad perceptible. Una elección, que rescata y fija bidimensionalmente parcelas del mundo fenoménico visible que se configuran como tal en el preciso momento de disparar el obturador.
Un momento que puede ser producto del azar más arbitrario y aleatorio o la culminación de un proceso intencionado de búsqueda y elección de un tema concreto, así como las condiciones adecuadas para llevarlo a cabo. Un instante, el de la toma fotográfica, cuyos resultados en bruto normalmente se someten, en diferentes grados, a una fase de edición, que pule, alicata y ajusta la imagen para su materialización formal y presentación práctica.
Proceso éste de carácter añadido o adjetivo pues no modifica, o no debería modificar – véase https://www.manueljesuspineda.es/post/lo-fotografico - la estructura formal y sustantiva de la imagen, que como dijimos antes es el resultado de una elección, de un mirar que a través de la cámara solidifica una escena determinada y no otra.
Si a esta ausencia de elaboración procesual, que es consustancial a la toma fotográfica, le añadimos que la acción constitutiva se realiza mediada y determinada por un instrumento tecnológico y que los resultados obtenidos no son únicos e irreproducibles, sino que se pueden reproducir a demanda, tenemos que convenir que la apreciación y valoración de la fotografía individual como arte sustantivo es cuando menos problemática y difícil de sostener por muy icónica y simbólica que pueda ser.
Otra cosa muy distinta se da cuando las imágenes individuales se agrupan secuencialmente para conformar, como decía Ulises Carrión, una estructura superior, ya que las fotografías dejan de estar limitadas por su propia inmanencia testimonial y simbólica para integrarse e imbricarse atributivamente en una nueva entidad, ya sea en formato libro, exposición o audiovisual. Un corpus unificado en su pluralidad que a través de la confrontación dialéctica y la relación sintáctica de sus elementos – las imágenes - incrementa y extiende el valor de éstas tanto en el plano denotativo testimonial como en el connotativo de carácter alegórico.
Un ejemplo de lo que exponemos podría ser el libro "España oculta" de Cristina García Rodero que acaba ver a la luz en una nueva edición. Un libro compuesto por una serie de imágenes que muestran el resultado de un trabajo arduo de acercamientos, tomas, selecciones, descartes, edición y secuenciación. Un conjunto de fotografías que conforman toda una polifonía de escenas únicas y singulares que aunque por sí mismas, en el plano individual, puedan destacar y en algún caso ser icónicas, sólo podrán adquirir ese carácter distintivo y simbólico formando parte atributiva de un corpus unitario, materializado en este caso en formato libro.
Un libro que según mi parecer sí podemos valorar como arte sustantivo, pues al elaborado proceso de génesis, ejecución y edición se le suman unos resultados sorprendentes por su calidad testimonial, estética y conceptual. Un trabajo en el que la autora logra desbordar su propio campo disciplinar y su intencionalidad primigenia para trascender su tiempo e incorporar su obra al sustrato cultural recurrente de una comunidad.
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