El hecho fotográfico, como cualquier otra disciplina del campo de la expresión “artística”, no puede conocerse, ni comprender su complejidad formal y material, analizándolo desde una perspectiva monista, sustancialista o idealista. Sus múltiples facetas, sus variados procesos y heterogeneidad nos fuerzan desde un punto de vista gnoseológico, práctico y valorativo, a delimitar su campo de actuación, así como agrupar sus manifestaciones en categorías o compartimentos distinguibles de una cierta homogeneidad normativa. Como decía el filósofo Gustavo Bueno, “el paso previo imprescindible para conocer algo por el método dialéctico, obliga a deslindar una cosa de otra, definirla y clasificarla”.
Los diversos métodos clasificatorios aplicables a cualquier disciplina artística (incluimos la fotografía con matices) suelen atenerse a criterios formales, temporales, temáticos, procesuales o estéticos, basados en las obras finales y trabajos materiales de los autores. Al hecho fotográfico también se le puede y debe aplicar estos criterios, pero bajo mi punto de vista, tendría que hacerse tras dividir sus manifestaciones en dos grandes categorías, diferenciadas éstas, por la forma en la que se constituye o construye su materia prima anterior a la toma. Es decir la realidad cambiante del "mundus adspectabilis" miméticamente fijada en el negativo o sensor. Un hecho particular y único de la fotografía, que al igual que sus cuatro fases (búsqueda / construcción, toma, edición, presentación), la distingue de cualquier otra actividad artistica.
Estas dos formas de constituirse la realidad, ya sea tangible (formas visibles) o inmaterial (relaciones entre las formas), objeto de nuestro interés por fotografiar, pueden ser el resultado, por un lado, de la presencia o intervención de agentes externos, ajenos al fotógrafo (espontáneos, azarosos e imprevistos) o por la intervención directa del autor, a diferente escala, en la transformación o escenificación de dicha realidad.
El primer caso, donde la materia prima fotografiable no ha sido intervenida, la denomino “fotografía como lectura” o contingente (pasiva y activa) y en el segundo caso, donde sí se interviene, la rotulo “fotografía como escritura” o construida.
Ambas tienen en común y comparten una base real del acontecer fenoménico capturado, no desvirtuado con posterioridad por el proceso de edición o interpretación (postfotografía), en su naturaleza espacio /temporal. Condición necesaria según mi criterio, para no desbordar el campo de lo fotográfico. (véase : https://www.manueljesuspineda.es/post/lo-fotografico ).
Lo que diferencia una de otra es el grado y el modo de intervención por parte del fotógrafo en la escena captada, que puede variar entre su ausencia total (lectura pasiva), la puramente coyuntural y accidental (lectura activa) y la estructural intencionada (escrita). Con respecto al modo, esta intervención puede darse en diferentes aspectos de la realidad fotografiada: el paisajístico, el humano, el escenográfico o el tecnológico. Un hecho, que no siempre se puede apreciar con objetividad, pues está sujeto a la verificación por parte del autor en su modo de actuar.
La división que propongo es de carácter genera