Toda imagen fotográfica a la vez que muestra y hace presente el hálito efímero de una ausencia, guarda en su seno un secreto no revelado. Lo mostrado, reflejo parcial de una realidad, al percibirlo, se despliega como un espectro luminoso de múltiples tonos y variados acentos. Una pluralidad de voces y códigos, ajenos en su mayor parte a su propia naturaleza y a la intención del autor. De ahí su ambiguo y escaso carácter comunicativo, su mermado poder narrativo, su orfandad discursiva y conceptual.
Esta condición polisémica, incapaz por sí misma de explicar o desentrañar todos los secretos e incógnitas que provoca su observación, hace que sólo a través de la palabra, escrita o hablada, se pueda reconstruir la escena dentro de su curso temporal y otorgarle un sentido acorde a su transcurrir fenoménico.
Por ello, tanto la fotografía documental/periodística como la conceptual/especulativa necesitan de un texto descriptivo o explicativo que, en mayor o menor medida, ayuden a su comprensión o entendimiento. Sin el texto, las imágenes documentales y periodísticas quedan descontextualizadas en tiempo y espacio sin poder completar su significado o función. De igual manera las conceptuales/especulativas, sin su fundamento teórico, no dejan de ser un simple ejercicio formal sin contenido ni sentido cognoscible.
Por contra, la imagen fotográfica sin intencionalidad ni praxis ilustrativa, discursiva, testimonial o de registro se basta por sí misma, ya que no sólo no necesita de rótulos, descripciones o referentes espacio/temporales sino que los rechaza y los intenta ocultar. Precisamente, porque su naturaleza incompleta, indefinida y ambigua es condición necesaria para alimentar y transmitir su aliento atemporal y trascendente.
Ello no es óbice para que este tipo de imágenes puedan estar acompañadas por textos de carácter literario que recreen las ideas y sensaciones producidas por su contemplación, ya que al no ser descriptivos, normalmente tienen las facultad de aumentar la perspectiva visual y amplificar el campo semántico, por lo que le suman poder evocativo y poético.
En la práctica nos encontramos con múltiples ejemplos que podrían servirnos para ilustrar lo anteriormente expuesto. En este caso, escojo la fotografía que ilustra este artículo, del autor Michael Ackerman perteneciente a su libro “Half Life”, imagen que siempre me ha cautivado por su misterio sonoro y su latente expresividad indefinida.
En un taller impartido por el autor, casualmente, se utilizó esta imagen para examinar los pormenores de la escena, reconstruyendo el antes, el después, las relaciones de los personajes tanto presentes como ocultos, la intencionalidad del autor y demás aspectos del suceso. Todos los interrogantes y misterios que la fotografía provocaba fueron resueltos y revelados. La imagen, en cierta manera, dejó de “mentir” y con ello se diluyó gran parte de su carga expresiva y simbólica belleza.
Fontcuberta en una ocasión dijo que “la buena fotografía es la que sabe mentir bien la verdad”. Aunque la frase da lugar a diferentes interpretaciones y peca como cualquier sentencia de reduccionismo, creo que es atinada como idea general siempre que la apliquemos a estas imágenes de índole poética.
Porque más allá de su propia corporeidad, un conocimiento exhaustivo a priori de los entresijos e intrahistoria de una imagen siempre nos predisponen emocionalmente y determina nuestra visión cognoscible, ya que descifra anticipadamente los códigos que sólo el espectador a través de su sensibilidad y experiencia vital debería decodificar. Como en otros órdenes de la vida de carácter no practico o funcional, el saber explícito y la exposición pormenorizada sin un barniz o velo que tamice, oculte o desdibuje sus rasgos casi siempre aburre, decepciona o causa indiferencia.
Creo que el verdadero valor de este tipo de imágenes fotográficas de carácter poético, se encuentra en un equilibrio mutable e inestable entre lo que muestran y lo que sugieren o se oculta, entre la presencia real y evidente de sus formas y la atmósfera irreal que las envuelve, entre el gesto encarnado y la sensación o pensamiento que lo provoca, entre el antes imaginado y el después ignorado.
Presencia ausente de un texto escrito sin palabras.
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